¿Alta magia, o baja magia?

Tengo en mi posesión un librito fascinante titulado, “Los fundamentos del Pensamiento Esotérico” (Wilson 1988). La primera parte de la introducción advierte al lector que

"Para estudiar este libro con eficacia se requiere la habilidad de pensar claramente a un nivel abstracto, o conceptual: No debería ser intentado por un principiante del estudio esotérico" (pg. 4).

Uno se pregunta cuántas personas han devuelto el tratado al estante de libros, habiendo leído esta intimación a desistir. Simplemente como un comentario general sobre la naturaleza humana, son probablemente las personas que deberían prestar atención a tal advertencia (asumiendo que sea una válida) las que no lo hacen, mientras que aquellos que están relativamente adelantados en “el estudio esotérico”, y de tal modo son consciente de la seriedad del tema son las que se asumen a si mismas como principiantes. Aunque muchos miembros de cualquier grupo, sin embargo, dejaran de leer a esas alturas, sin embargo, queda una problema pendiente. Una de las características que parece caracterizar aquellos que podrían ser denominados, “ estudiantes de lo esotérico es su dominante curiosidad.

“Esotérico” es uno de esos adjetivos elevados; Conlleva una mayor distinción de respeto que otros términos que podrían ser usados. Yo estoy ocupado en estudios esotéricos, tú eres un iniciado de segunda. “Esotérico” transmite connotaciones de lo que algunas veces es descrito como “ratón de biblioteca”: Uno imagina a alguien ocupado en el estudio esotérico rodeado por tomos y tomos de libros eruditos escritos en letras inverosímiles.

¿Pero es esta una imagen válida? ¿Además, es una definición práctica?

Sostendría la opinión de que la respuesta es: Sí. Y no obstante: No. Tal estudio tiene indudablemente su lugar, el cual es merecidamente preciado y respetado; Sin embargo, no debería verse como necesariamente “mejor” o más noble que otras búsquedas. Es importante, ciertamente, y agregaría vital – pero es, en sí mismo, insuficiente.

Encuentro interesante que hoy tendamos a considerar “ la superstición ” como algo que se basa en reacción antes que en pensamiento. Para los romanos, la superstición significaba algo bastante diferente. Era aplicada a aquellos que gastaban demasiado tiempo investigando asuntos de religión, dentro de, quizás, “cosas que se suponían no tenemos el derecho de saber”.

Aunque la prueba nos muestra que los romanos no eran de ninguna manera adversos al uso personal de la magia (Graf 1997), parece haber habido un poquito de desconfianza hacia aquellas personas que sabían demasiado (Luck 1999). La magia vino del este y fue siempre uno poco sospechoso si esta inducía a una falta de decoro o una falta de control.

Los estudios de historiadores académicos, quienes ahora pueden proclamar a la historia de la magia como un área legítima de estudio tienen aún que presentar un enlace específico, firme y directo entre los tipos de magia /conocimiento que causaron preocupación a los patriarcas romanos y aquello practicado por los magos medievales, pero por supuesto tales afirmaciones ha sido hechas hace siglos – y por los magos mismos.

Parece haber existido una diferencia entre lo que es llamado “alta magia”, y "baja magia", a los finales de la Edad Media y posteriormente (Flint 1991; Flint 1999; Jolly 2001; Jolly, Raudvere Et Al. 2001; Luck 1999; Russell 1981, etc.). La “ alta magia ” fue practicada por los instruidos, los ricos, la elite, mientras que la "baja magia" , o común, se suponía las actividades del brujo o la bruja del pueblo. Me parece que esta distinción existe todavía entre nosotros. Al igual que con la mayoría de las diferencias, esta tiene su parte práctica pero la sobre-evaluación de tales diferencias es más problemática que útil.

Sostendría que de algún modo esta diferenciación está basada en las muy antiguas distinciones entre “el conocimiento” y “la experiencia”. O, para ponerlo más claramente, entre “el conocimiento acumulado, obtenido de muchas fuentes” y “mi propio conocimiento, ganado a partir de la experiencia”.

Esta distinción es, claro está, una falsa dicotomía, como tantas lo son. El practicante de “alta magia” o “el estudiante de las artes esotéricas” pudo haber aprendido mucho de leer los libros – pero con certeza ¿ es esa, en sí misma, una experiencia?

De modo semejante, la bruja de cocina que evade los libros, favorece la idea de que en lugar de aquel tipo de aprendizaje, el trabajo mismo es un constante aprendizaje; Ella aún está acumulando conocimiento, y ocupándose de él en una forma más o menos sistemática.

Por mucho tiempo he estado fascinado por el hecho que en un dominio que tan a menudo afirma que la autonomía del individuo y que ciertamente la autoridad del individuo es suprema, esta distinción todavía prevalece. Parece profundamente arraigada; En muchas áreas parece haber un privilegio de lo intelectualizado, de los estudios, sobre lo experiencial (o vice versa – ambos movimientos perpetúan la divición).

Ciertamente, hay a menudo un encumbramiento de lo viejo sobre lo nuevo, de lo establecido sobre lo innovador, de lo sabido y agotado sobre lo fresco y entusiasta. Para ponerlo más directamente, parece haber un conservadurismo inherente que aparece en los lugares más improbables: Las personas por un lado pueden proclamar a su avant garde–ismo al mismo tiempo que ven despectivamente el ardor del “novato” (algunas veces reconocidamente saliendo a borbotones).

Sé que mi postura será impopular, pero todo esto me sabe a elitismo intelectual, de circulos cerrados y francamente reaccionistas. De ninguna manera tengo la intención de negar que cualquier estudio de “ las artes esotéricas ” o incluso de los Fundamentos del Pensamiento Esotérico es el trabajo de toda una vida – es, como mínimo, eso. Me queda sin embargo un sentimiento de incómodidad al ver los vehículos mágicos formados dentro de un círculo excluyente, como si protegiéramos algo que al fin y al cabo ni somos dueños ni podemos poseer.
 
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